Mi profundo agradecimiento

Michael Matos junto al equipo de profesionales del SAPMi nombre es Michael Matos. El viernes 24 de octubre de 2014, mi amigo y compañero de estudios, Matías Vercelli, me invitó para que oráramos juntos y escribiésemos una carta a Dios. Recuerdo que en la carta incluí todo: los defectos de carácter que quiero vencer, las virtudes que Dios me ha dado y mis sueños para el futuro. Lo puse todo en las manos de Dios. Después de haber leído la carta, vi que faltaba un punto.
En 1989, cuando yo tenía apenas 2 años de edad, me diagnosticaron displasia fibrosa, una enfermedad ósea genética que afecta los huesos largos del cuerpo y hace que el fémur adopte la forma de un bastón de pastor. Con el tiempo, ese problema se agravó. Tuve varias fracturas en el fémur durante mi niñez, lo que nos obligó como familia a mudarnos desde en el noroeste de Brasil en busca de centros de salud más especializados en mi dolencia. Con el paso de los años, además de las fracturas se me fue achicando todo el muslo y empecé a renguear con la pierna izquierda. Fui sometido a siete cirugías entre los 3 y los 7 años. Mi problema de salud siempre me incomodó mucho y fue tema de mis constantes oraciones.
Desde 2011 empecé a buscar la forma de tener una mayor calidad de vida y alguna cirugía que pudiera resolver el problema de mi pierna. Había recurrido a varios especialistas. Al final de la consulta, todos me preguntaban: “¿Sientes algún dolor?”. Cuando yo respondía que no, me decían: “Entonces no hace falta hacer nada por ahora. Si en el futuro surge alguna complicación, entonces sí lo podemos conversar”. Yo reconocía que mi patología no era común y que los médicos sabían lo que estaban diciendo. Me contenté con la situación, pero traté de realizarme en la parte académica y avanzar proyectándome hacia el futuro, relegando casi al olvido mi problema de salud.
Ahora, terminando el cuarto año de Teología, me encontraba en un campo de fútbol con una hoja y una lapicera en mi mano escribiendo una carta a Dios y poniendo el último punto que no había entrado en la ojeada a la página. Así que, decidí incluir esto en mi carta a Dios: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que quiero servirte con o sin muletas (1) , pero con salud. ¡Dame salud para servirte! Pero sabes que estoy haciendo un tratamiento desde el año pasado y la verdad es que no quisiera tener que estar preocupado con eso mientras te sirvo. Tampoco quiero desinteresarme del tema de mi movilidad. Así que, te propongo un cambio de tareas: yo me encargo de servirte y tú te encargas de mi problema de salud. Eliges dónde, cómo y quién hará esa cirugía. Volví a leer toda la carta una vez más y al final la quemé. Mi amigo también había escrito su carta y también la quemó. Oramos juntos y nos fuimos a clase aquella mañana. Era viernes 24 de octubre.
El lunes 27 de octubre, fui a descansar después de haber estudiado en la biblioteca. Era una noche común, como todas las anteriores. Solía pasar, saludar a los compañeros en el pasillo del internado, entrar en mi pieza y reposar. Pero esa noche fue distinta. En el camino había un bebedero de agua con una pérdida. Pasé sin percatarme del agua en el piso, resbalé y caí. Intenté incorporarme, pero fue imposible. El preceptor y varios estudiantes vinieron en mi auxilio y me llevaron al Sanatorio Adventista del Plata. El dolor era tan intenso que tuve que hacer un gran esfuerzo para no desmayarme. Llegué a la guardia e inmediatamente me hicieron una radiografía del fémur. Cuando la doctora me mostró la imagen no lo podía creer. Nunca antes había visto mi hueso tan deformado. Me anestesiaron porque el dolor era insoportable. Ella me dijo que el Sanatorio tenía muy buenos traumatólogos que cuidarían de mí.
Poco después, llegó el equipo de traumatólogos en pleno. Vieron la radiografía y me internaron. Aquel lunes 27 de octubre empezaba para mi vida el gran milagro que yo había pedido a Dios en mi carta. En la habitación me medicaron contra el dolor y pude dormir. Al día siguiente, empecé a recibir la reconfortante visita de preceptores, amigos, compañeros de estudio, profesores y pastores de la UAP, así como de los capellanes del SAP. Me hicieron mucho bien sus palabras de ánimo y sus plegarias en mi favor.
La compleja y delicada cirugía tuvo lugar el 3 de noviembre. El domingo previo a la intervención oré a Dios. Le dije: “Señor, tengo miedo. La última vez que tuve la cirugía de fémur tenía 7 años, y sufrí un paro cardíaco del que lograron sacarme tras luchar a brazo partido con la muerte durante seis horas”. Dios me había librado milagrosamente en aquella ocasión. Tenía miedo de que eso volviera a ocurrir y que esta vez no sobreviviera. Al hablar con Dios le dije: “Tú conoces toda mi vida, tanto las alegrías como las tristezas que te he dado. Hágase tu voluntad en mi vida. Si crees que debo descansar, lo acepto. Pero si ves que voy a serte fiel y que puedo servirte en tu causa antes de que regreses, por favor, haz que esta cirugía resulte un éxito por tu gracia y para tu gloria”.
Al día siguiente, justo una hora antes de entrar al quirófano, vinieron mis amigos y compañeros de estudio de la carrera de Teología y me hicieron reír mucho. Entraron a la habitación vestidos de médicos y con barbijos. Cantamos y oramos. En el quirófano pedí que me permitieran orar antes de empezar. El Dr. Néstor Avigliano (2) puso sus manos sobre mi pierna y oró para que el Señor las usara. Cuando terminó su oración, yo también oré por él y por el equipo de cinco cirujanos. La operación duró tres horas.
El martes 4 quise ver mi pierna. ¡No lo podía creer! ¡Mis rodillas estaban casi al mismo nivel! Podía jugar con los pies después de veinte años. El Señor había contestado mi oración haciendo un gran milagro.
Luego vino el cuadro de anemia por la pérdida de sangre durante la cirugía. En menos de dos horas, mis amigos hicieron que el banco de sangre del SAP tuviera que decirles que no siguieran viniendo pues tenían más de lo que necesitaban para reponer lo que me habían transfundido. No hay palabras para expresar mi profunda gratitud a todos. ¡Qué privilegio es pertenecer a la gran familia de Dios!
Ese miércoles, mientras veía cómo la vida, ajena y generosa, fluía en mis venas, sentí la presencia de Dios a mi lado y lloré de gratitud. Sentí el amor de Dios por mí y cómo me había tocado con su poder restaurador. Sentí que en aquel momento me decía: “No temas, aquí estoy contigo”. En ese mismo momento íntimo, a solas con Dios, él me regaló una canción, con letra y música. Le puse por título “El Edén y el desierto”.
El 7 de noviembre salí del Sanatorio Adventista Del Plata y hoy estoy recuperándome. Como dice la canción tradicional norteamericana He touched me. Sí, yo puedo decir que Dios me tocó. Me tocó por su gracia, pues no soy digno de lo que él hizo por mí. Como en mi carta del 24 de octubre, donde yo le proponía encargarme de sus planes a cambio de que él se hiciera cargo de mi salud, creo que me ha tocado a fin de prepararme para que pueda ir a donde quiera llevarme. Ahora siento que soy su siervo, e iré al lugar que él elija para testificar de lo que hizo por mí. No solamente contaré mi testimonio. Quiero también proclamar con mi vida el evangelio eterno y que el Espíritu Santo siempre esté sobre mí.

Referencias

1- Por el acortamiento de 8 centímetros en mi pierna, usé muletas durante 15 años.
2- El equipo del Dr. Avigliano estuvo compuesto por el Dr. Tancara, el Dr. Orlando, el Dr. Moisés, el Dr. Morra, la Dra. Reyes y el Dr. Nuñez.

El equipo de enfermeros estuvo compuesto por la Lic. Brigitte Marsollier, profesora en enfermería; Marcos, Elías, Darío, Walter, Benjamín, Sebastian, Ronny, Ivana, Matías, Wencho y Juan.

El equipo de kinesiología estuvo compuesto por Milton, Lucas y Pablo.