Un ventanuco de yurta a lo albiceleste

YurtaLa primera impresión de estas tierras de la ventana 10/40, aunque parezca extraño, fue de familiaridad. Fácilmente se pueden abrazar las etiquetas del National Geographic sin percatarse que el mundo es mucho más vivo que los colores y texturas del HDR (High Dynamic Range es una técnica que permite el aumento del rango dinámico de una fotografía estándar). Así caminaban mis preconceptos cuando llegué hasta aquel coctel de diversidades que se me antojaron, curiosamente, más cercanos de lo esperado.
El vistoso bazar no era tan distinto del mercado 4 de Asunción o de algún mercado de pulgas de Córdoba. La plaza donde, cual superhéroe manga, se erige un monumento no era tan distante a multitud de plazas argentinas con prócer a caballo (quizá no se les hayan dedicado tantas letras pero no faltan los relatos épicos). Las cúpulas metálicas de las mezquitas podían contrastar algo hasta que se cruzaba un 4×4 japonés y uno pensaba que estaba en Paraguay. Lo espacial se tornó próximo, casi familiar.
No había llegado hasta esas remotas tierras (cuán relativo es lo remoto) porque sí, la necesidad de certezas nos dirigían hasta aquellos lugares. La pregunta nos había acompañado durante meses: ¿estábamos haciendo bien con el proyecto? ¿Cuánto tenía de plan y cuánto de aventura? Habíamos enviado a nuestros jóvenes. No eran nombres en un folleto o en una lista, eran nuestros jóvenes. Conocemos sus nombres de pila, sus familias, sus gustos. Los hemos tenido en clase, hemos charlado con ellos en el momento oficial y en el informal. Eran los nuestros y, cómo no, el pellizco en el estómago era constante desde que nos dejaron. En ocasiones, ¡qué difícil es distinguir la fe de la locura! Necesitábamos, por tanto, certezas.
Nada más pisar tierra (por cierto, alguien tendría que mirar esas pistas de aterrizaje) y encontrarnos con ellos, lo tuvimos claro. La mano de Dios ha acompañado y, estoy seguro, acompañará este proyecto. Parece como si todas las “casualidades” hubiesen convergido y como si hubiera llegado el momento propicio para este pueblo. Escuchar los relatos de las experiencias y las intenciones de logros me hicieron pensar en la macrohistoria, aquella que en ocasiones atisbamos a comprender.
He visto a jóvenes normales con una tranquilidad, visión y sabiduría que han fortalecido mi confianza en los ideales. Y me he acordado de Joel (Joel 2:28) cuando anticipaba que, en estos tiempos, nosotros, los mayores, tendríamos sueños y, ellos, los jóvenes, al escucharnos, tendrían visiones. No son iluminaciones extáticas sino la concreción de los ideales. Doy testimonio de ello. He visto a nuestros chicos chapurreando dialectos y tanto inglés que me sentí en la glosolalia y pensé: ¡No hay idioma que no entienda el lenguaje del servicio! He visto a nuestros jóvenes sentados en el piso y con las palmas de las manos hacia arriba, como si quisieran atrapar todas las bendiciones, y pensé: ¡No hay cultura que no se entienda con el lenguaje del amor! He visto a nuestros jóvenes cantando a la puesta de sol de un sábado entre cumbres inmensas y gélidos ríos y, de nuevo, pensé: ¡Esto, gracias a ellos, es el anticipo de un mundo mejor!
Me fascina que los sueños tomen tierra y se conviertan en visiones. Al constarlo, sólo puedo hacer una cosa: agradecer a Dios de que participe de nuestra historia y que nos permita, en la medida de nuestras capacidades, ser sus agentes de vida.
Han sido breves días pero cargados de connotaciones. He derribado prejuicios y fortalecido certezas. He visto la fe puesta al día entre recetas de cocina y balones de fútbol. He aprendido que, por ahora, somos nómadas y que hemos, de tanto en tanto, de desmontar nuestra yurta (carpa) para ir a otros espacios y enriquecernos de otros verdes.
Toda yurta tiene un ventanuco cenital (toona). Al entrar en ella, rodeado de cueros, franelas y alfombras, uno puede mirar al cielo a través de él. Yo he mirado desde la yurta de nuestros tiempos y he contemplado un fabuloso paisaje albiceleste. No he podido evitar el pensamiento y exclamar: ¡Cuánto cielo tras esas nubes!

Dr. Víctor Armenteros
Vicerrector Académico UAP