Una guarda pampa a lo RGB con tipografía de Princeton

Dr. Víctor Armenteros

Dr. Víctor Armenteros

Mirar hacia atrás y contemplar el 2013 en la UAP da vértigo. No ese vértigo que se padece cuando te encuentras en un elevado trampolín sobre una piscina olímpica. Ni siquiera aquel vértigo de las primeras palabras frente a la chica ensoñada, vértigo hormonal y existencial. No, me refiero a ese vértigo que se nos incorpora cuando se ha realizado una proeza y no se es consciente hasta que el hecho ha acontecido.

Cuando  observamos el transcurrir del 2013 sólo podemos afirmar, con el respeto invadiendo nuestros tuétanos, que “¡Dios es grande!”. No hay mérito en los instrumentos sino en el Artista. Empuñó su púa y nos hizo vibrar al son de la diligencia, del servicio, de la disponibilidad. ¡Vaya sinfonía!

Además de lo constante (el aula de emisión y recepción, la oficina de problema y solución, el campus de plantío y corte, la cocina de creación y rutina, la fábrica de producción y más producción) se nos manifestó en lo excepcional. Le vimos acompañando a ese “malón” (evitamos la etimología mapuche y le asignamos el sentido de “cientos de jóvenes que se embarcan en la misión sin importarles las distancias o comodidades”) que subieron a colectivos con el afán de tomar Buenos Aires. Como era de prever, la cosa acabó en sangre: una sola gota pero de récord.

Le vimos en la primera graduación y nos congratulamos con la llegada de los nuevos profesionales.  Les acompañaban los  suyos y, por un fin de semana, los volvimos a sentir nuestros. Percibimos, con suma reflexión, las palabras del Dr. Richard Hart y nos entendimos con identidad compartida.

Le volvimos a ver en el congreso “I Will Go 2.0” y vislumbramos sus grandes y juveniles “espaldas”. El evento surgió del corazón de los alumnos porque le supo bien al Espíritu Santo tocarles muy dentro y, como las cosas divinas, emergió con la fuerza y la frescura que cambia el mundo, esa energía que lleva a cientos a fronteras lejanas y exóticas o cercanas y de una tierna intimidad. La idea de “I Will Go” ya no nos pertenece a nosotros sino que se expande por las universidades de Sudamérica. ¡Gracias a Dios! Para que no nos tentásemos con ninguna idea de vacío nos ha propuesto una nueva ventana. Sus medidas son 10×40. Y, al abrirla, nos inunda de aromas (¿no hueles a plov?) y melodías (¿escuchas el komuz?) de lo más kirguises.

Ni que decir que le vimos en las múltiples inauguraciones. Se nos hizo infante en las escuelas sabáticas de los niños y jamás olvidaremos esos ojazos a lo manga y googleantes de los “petisos piantaos” (así lo habría dicho Serrat si hubiera tenido su cuna donde la bandera sueca). Se nos hizo delicia en la nueva planta Ceapé y nos sentimos extruidos (es raro pero así le place a la RAE) por la mecánica del universo. Somos mucho más plásticos y con mayor potencial de lo que pensábamos. Se nos hizo modernidad en el Centro Interdisciplinario de Simulación en Salud (unas siglas siseantes como aquellas fotos hospitalarias de enfermera con el dedo entre los labios, muy del tema). Así da gusto practicar, hasta parece un parque temático. Se nos hizo coherencia en la nueva Facultad de Teología. Un loft se trocó en mensaje: mensaje de misión, mensaje de multiculturalidad, mensaje de oportunidades. Ojalá la arquitectura aporte identidad y compromiso a sus moradores (que no merodeadores).

Hay multitud de evidencias de que nos acompañó en ese agujero negro de actividades de los últimos dos meses. Y pudimos ser anfitriones de la Junta Plenaria de la División Sudamericana. Necesitamos la sabiduría de lo alto para aportar la hospitalidad que es propia de la gente de bien. ¡Cuántos dones concentrados en la generosidad y la simpatía! Y realizamos nuestra segunda graduación con acentos del Este y con historias de película (que no hay mejor film que la vida con compromiso). Aún me siento emocionado de tanto abrazo entre diploma y diploma. ¡Gracias Billy y Vladimir por vuestra coherencia! Y superamos una acreditación institucional. Las evaluaciones nos hacen madurar, nos obligan a mirarnos en el reflejo del otro y a detectar que tenemos un poco de lechuga entre los dientes. Nada que no se pueda solucionar con un buen dentífrico. Y, juntos, lloramos, bien cerca de los que nos faltan: pequeños y jóvenes, algún que otro mayor. Pero eran lágrimas temporales porque la esperanza nos aclara la mirada. ¡Qué fuerza la de esos familiares que, con el dolor del pesar, le hacen cara a la muerte y afirman que esto no se va a quedar así!

Le vimos. Ha estado con nosotros. ¡Qué vértigo!

Quizá, con esto del final de curso y de las calores estivales (en femenino, que lo inmenso adquiere esa condición), tengamos cierta tendencia a olvidarnos de Él. No lo hagas y te sugiero un memorialín (“tip” para los posmodernos, “consejo” para el resto de mortales). Cuando pasees entre el Templo y la Biblioteca mira, al fondo, un silo de dos. Hace tiempo que no cumplen la misión para la que fueron creados: albergar contenidos. Representan nuestros orígenes, nuestras raíces. A uno de ellos le dimos una nueva función: exponer contenidos. Representa lo que somos, nuestra identidad. Y, por esa razón, diseñamos una guarda pampa (núcleo de la mismísima argentinidad) porque vivimos el entramado tejido de nuestros memes (voseo, pizza, fútbol, autocrítica feroz, más fútbol, viveza, etc.). Y de todo esto, elegimos lo bueno (no, no es el fútbol). Además, apostamos por los tonos del pacto eterno hecho multicolor  tras una lluvia enmarcada de cielo (apartándonos de otras banderas de sólo seis franjas, banderas sin celeste y, en muchas ocasiones, sin nuestros conceptos) con el anhelo de conseguir el modelo RGB (añoranza de síntesis aditiva y de la luz), que no hay nada que defina mejor a nuestros “chavales” (por algún lado tenía que salir el español) que la tecnología. En la cima del silo, nuestras siglas a lo Princeton (siempre me queda la esperanza de que se asocien menos con el deporte y más con Albert Einstein). En el centro de la guarda pampa, una cruz celeste porque la verdadera esencia de nuestra cosmovisión pasa por la generosidad del Calvario y la esperanza del Azul (que así llaman los poetas al Señor).

Míralo, de tanto en tanto, y recuerda. Sólo tienes que reconocer que nos acompañó cada día del 2013. No dudo que, entonces, exclamarás conmigo: “¡Dios es grande!”.

 

Dr. Víctor Armenteros

Vicerrector Académico