Dr. Edson Veloso: «La oportunidad de Dios de hacer cosas grandes con tu vida aparece cuando tu orgullo muerde el polvo de la tierra»

Dr. Edson VelosoLa Universidad Adventista del Plata (UAP) es una institución educativa que cuenta con ciento diecisiete años de trayectoria. Miles de familias han confiado la formación de sus hijos a esta casa de altos estudios con el profundo anhelo de que ellos alcancen más que una titulación, que sean ciudadanos competentes en excelencia y servicio a Dios y a su prójimo.
Durante este año, la institución ha puesto de manifiesto la importancia de haber transitado durante veinticinco años como universidad. Distintos actos conmemorativos reunieron a actores que tuvieron que ver con este sueño hecho realidad. Pero, por sobre todas las cosas, se vivieron momentos de gratitud y reconocimiento al precursor, ejecutor y dueño de este proyecto: Dios.
Proveniente del sur argentino, Edson Veloso conformó la primera cohorte de la carrera de Medicina de la UAP. En ese momento, se daban los primeros pasos en una universidad naciente, sobre un escenario de desafíos y ansiedades.
La Agenda dialogó con el Dr. Veloso, especialista en Reumatología, que se desempeña en el Sanatorio Adventista del Plata y es docente en la casa de estudios que lo vio crecer como profesional de la salud. Él relató sus vivencias en la universidad.
¿Por qué decidió estudiar en la Universidad Adventista del Plata cuando esta era una institución incipiente?
«Estudiar en la UAP fue una respuesta a una oración. Desde que comencé la secundaria sabía que quería ser médico y el plan proyectado junto a mi familia era ir a Córdoba. La UAP no estaba en mis planes porque no tenía la carrera. Cuando comencé tercer año del secundario, en el año 1991, en el Instituto Adventista de Balcarce (IAB), supe que la UAP estaba con planes de abrir Medicina. Mis padres no tuvieron la oportunidad de estudiar, por lo que para ellos era fundamental darnos educación universitaria, y cuando supieron de esta posibilidad se entusiasmaron mucho. Yo no estaba tan convencido porque creía que, como en todo inicio, podía haber dificultades. Al año siguiente, mi anteúltimo año de secundaria, tampoco la UAP abrió la carrera, y lo mismo pasó cuando pasé al quinto y último año. En ese entonces fue gente de la Universidad al IAB a promocionarla y cuando me acerqué a preguntar por Medicina me dijeron que sería posible recién en cuatro o cinco años. Entonces hice un pacto con Dios y le dije que si él quería que yo viniera a la UAP, permitiera que la carrera se abriera al año siguiente. Y eso fue lo que sucedió. Justo al año siguiente de terminar el secundario se abrió dicha carrera. Creo que mi oración fue una más entre las tantas que permitieron concretar este proyecto y, en mi caso, fue una respuesta concreta de Dios hacia lo que quería para mi vida universitaria».
¿Qué nos puede decir hacer acerca de los inicios de la carrera de Medicina?
«Recuerdo que teníamos clases en un aula que ya no existe; se llamaba aula Marshall y estaba en el edificio de Administración. Y nuestra carrera era eso: un aula y una pequeña oficina que funcionaba como decanato. Hoy miro la estructura administrativa que tiene la facultad y siendo partícipe de la misma, veo el esfuerzo que significa para todos —desde el decano hasta las secretarias— llevar adelante este proyecto. Y cuando miro al pasado revalorizo aún más el trabajo de los pioneros de nuestra facultad. En ese entonces el decanato estaba conformado por el Dr. Pedro Tabuenca, el Dr. Jorge González y la Lic. Susy de Schulz. Entre los tres hacían todo. Recuerdo que no solo se preocupaban de sus funciones estrictamente académicas, sino como cada tanto se acercaba alguno de los tres a preguntarnos cómo estábamos, cómo nos sentíamos, poniendo un énfasis importante en lo humano que, en lo personal, fue un soporte muy significativo. En mi caso particular, también me ayudaron a solucionar mis problemas financieros. Si bien mis padres dieron todo lo que tenían para que estudiemos acá y se privaron de muchas cosas por nosotros, éramos dos hermanos estudiando Medicina y todos sabemos el esfuerzo que esto significa. Pero la UAP nunca me hizo problema por esto, a pesar de que era común para mí tener deuda. Y siempre se ocuparon de ayudarme: me dieron la posibilidad de ser becario de verano, los primeros años, y luego me otorgaron un préstamo de honor. Me pone feliz saber que esta actitud que tuvieron conmigo hace años hoy sigue prevaleciendo en esta casa».
¿Recuerda algunos referentes de aquella época que hayan dejado una huella importante en su persona?
«Tengo recuerdos hermosos de tantos profesores, que es un poco difícil elegir a alguno que sobresalga. Sin duda, el Dr. Pedro Tabuenca es un gran ejemplo. Su devoción a la carrera y a los alumnos todavía me impacta. Siempre estaba bien dispuesto a contestar nuestras preguntas y a escuchar nuestros reclamos. Recuerdo un día que pasaba frente al decanato y nos cruzamos. Estábamos por rendir el primer examen de Anatomía y me preguntó si estaba estudiando. “No como quiero, sino como puedo”, le dije. Y enseguida le hice un reclamo que tenía que ver con la escasa oferta de libros que había en la biblioteca, y yo no podía costearme uno. “Ya veremos, pichón”, me dijo. En el examen apenas alcancé un seis. Y al día siguiente me llamó y me entregó de regalo un ejemplar nuevo, los 3 tomos del libro de Anatomía, y me dijo: “Ahora no tenés excusa, más vale que te vaya bien”. Guardo esos libros, con dedicatoria incluida, como un gran tesoro».
»Otra docente que me impresionó fue la Bioq. Élida Iriarte de Dupertuis. La pasión con la que enseñaba, además de la capacidad de transmitir los conceptos —aun los más abstractos, de forma tal que fueran comprensibles— es algo que siempre admiré y que hoy, cuando estoy al frente de los alumnos, trato de imitar».
»Y tengo un grato recuerdo del Dr. Jocelyn Celestin. Él fue un docente invitado que vino pocas semanas a dar algunas clases en la cátedra de Biología, acerca de inmunología. Me llamaba la atención su espíritu observador y escrutador. Venía de estar en la Universidad Harvard, la mejor escuela de Medicina del mundo, algo que yo veía imposible de lograr, pero él me dijo una frase que recuerdo hasta hoy: “La oportunidad de Dios de hacer cosas grandes con tu vida aparece cuando tu orgullo muerde el polvo de la tierra”. El año pasado Dios permitió que pudiera hacer un curso en Harvard. Llegué allá por una seguidilla de bendiciones y milagros, y si bien todavía Dios tiene que trabajar mucho en mi vida, puedo dar testimonio de esto. Él está esperando que dejemos nuestro yo de lado para darnos bendiciones que no nos imaginamos».
¿Cómo era la vida estudiantil en los primeros pasos de la UAP?
«Era maravillosa; intensa; llena de desafíos; con muchas dudas, pero con la convicción de que Dios estaba detrás de todo. No existía la diversidad cultural que hay ahora. Recuerdo que los primeros cuatro alumnos brasileños vinieron a estudiar Medicina ese mismo año y fue todo un impacto que hubiera chicos de otro país».
¿Qué historia o anécdota recuerda y le gustaría compartir con nosotros?
«Podría contar muchas, pero creo que las más lindas la viví en el hogar. Me gustaban mucho las recepciones, y recuerdo un año en que las chicas organizaban la recepción. Iban a ir a la noche a los hogares de varones a gritar en las ventanas para despertarnos y hacernos la invitación, y no sé cómo, alguien del hogar se enteró la fecha en que vendrían. Entonces se nos ocurrió tener listos baldes con agua en las piezas de forma que, cuando las chicas aparecieran gritando en la noche, pudiéramos sorprenderlas y mojarlas. El plan estaba bueno, pero en mi pieza pasó que cuando ellas llegaron estábamos todos dormidos. Un compañero de habitación se despertó, saltó de la cama, levantó el balde y tiró el agua por la ventana sin darse cuenta de que ¡la ventana estaba cerrada! Así que terminamos con agua en toda la pieza y desde afuera todos riéndose. Fue muy divertido».
»Una situación triste que me tocó vivir, que me impactó, tuvo que ver con una compañera de curso. Mariel era de Chile, había venido a estudiar Medicina y le iba muy bien. Estábamos en segundo año y, junto a ella y tres compañeros más, siempre estudiábamos juntos. Era de familia muy humilde, una persona muy esforzada. Dios permitió que una tarde, el auto en el que volvía de Crespo tuviera un desperfecto y volcara. Mariel estuvo varios días en terapia intensiva y, finalmente, falleció. Cuando la conocí me impactó su tenacidad y su perseverancia. Luego de su fallecimiento conocí a su padre, un hombre de fe y con convicción, que a pesar de la difícil situación que estaba atravesando decidió no quedarse con un solo centavo del seguro que había por el fallecimiento de Mariel y donarlo a la incipiente carrera de Medicina. Hoy, uno de los laboratorios de la facultad lleva el nombre de Mariel Cornejo en honor a ella y su familia».
Desde su mirada, como uno de los primeros graduados de la UAP, ¿cómo observa a la institución en la actualidad?
«Me gustaba mucho la UAP en mi época de alumno, pero hoy me gusta mucho más. Veo una universidad que crece sobre la base de sostener los éxitos y reparar los errores. Veo gente muy comprometida con la educación adventista. Hoy, cuando me paro frente al aula y veo los rostros de mis alumnos, ansiosos por aprender, llenos de preguntas que incluso no siempre les puedo contestar, me acuerdo de mis primeros años y le pido a Dios la sabiduría necesaria para poder seguir el camino que se inició hace ya más de dos décadas».