«Era un caballero»

Pr. Héctor Peverini - Foto gentileza del Centro de Investigación WhiteLa sección de «Puerta al servicio» de esta semana está dedicada a otro recordado exalumno del Colegio Adventista del Plata, el pastor Héctor J. Peverini (1906-1983). Héctor fue nieto de uno de los primeros adventistas de Sudamérica. Su abuelo, Pietro (Pedro) Giovanni Peverini (1849-1933) emigró a la Argentina desde los Alpes italianos, escapando de las guerras y la pobreza, en los años 1870. En el norte de la provincia de Santa Fe se casó con Cecilia Tourn, de familia valdense. Pedro y Cecilia vivieron en Corrientes, Santa Fe y Chaco, además de haberse radicado un tiempo en el Uruguay. Un amigo, de nombre Daniel Rostán, visitó a los Peverini en 1885 y les trajo un periódico italiano donde se ridiculizaba la revista adventista Les Signes des Temps, publicada en Basilea. La publicación se refería a un bautismo adventista realizado en el lago Neuchatel, Suiza. Solo que en el caso de don Pedro, el efecto de la burla no fue el esperado, porque los Peverini se suscribieron al periódico, aceptaron la fe adventista y comenzaron a guardar el sábado, sin tener ningún contacto personal con los adventistas. Cuando comenzó el colegio adventista en Las Tunas, Santa Fe, en 1899 (antecesor de la UAP), dos hijos de Pedro y Cecilia Peverini asistieron como alumnos: Daniel y Luisa. Ese mismo año Daniel Peverini se casó con Amalia Mazza.

Daniel y Amalia Peverini tuvieron siete hijos: Roberto, Héctor, Esther, Celia, Elvira, Abel y Otilia. Esther, profesora de literatura, se casó con el pastor Samuel Alberro; Celia fue enfermera y se casó con el Dr. Manuel Ampuero Matta; Elvira se casó con José Ramos; Abel, casado con Emma Videla, fue agricultor y ganadero; Otilia se casó con el pastor Víctor E. Ampuero Matta.

El pastor Héctor J. Peverini, a quien La Agenda evoca hoy, llegó a la fe de sus padres (Daniel y Amalia) y de sus abuelos (Pedro y Cecilia), por decisión propia, siendo bautizado en el propio Colegio Adventista del Plata, en 1920. Debe recordarse que quienes deseaban en aquellos años ser misioneros, debían completar el llamado Curso Ministerial. Dicho curso consistía en las materias de la enseñanza media, más algunas materias teológicas. Ya en 1927 era posible cursar dos años de estudios superiores y por eso, algunos graduados de años anteriores volvían para completarlos. Héctor se graduó precisamente ese año, junto a sus compañeros Carlos Wohlwend, Daniel Hammerly Dupuy, Juan Meier, Armando Bonjour, Samuel Alberro, Juan Pissano, Guillermo Ernst y Esteban P. Cairus.

Dos años después, Héctor formó su familia con la señorita Sotera A. García. Los esposos Peverini tuvieron tres hijos varones, nacidos en los años 30. Son ellos Carlos Alberto, Milton y Tulio. Los mellizos Milton y Tulio son muy conocidos en el ambiente confesional adventista, sobre todo porque el Dr. Milton Peverini García fue por muchos años director y orador del programa radial “La Voz de la Esperanza” en español, y el Dr. Tulio Peverini fue docente y director de la revista El centinela.

Héctor J. Peverini tenía genuina vocación pastoral, aunque le tocó la difícil tarea de administrar instituciones y servir en otras áreas. Fue pastor en la Asociación Argentina Central por tres años y después en la Misión Uruguaya. En una nota publicada por el pastor Pedro M. Brouchy en la Revista Adventista de agosto de 1934, se advierte una dificultad que habría de acompañar al pastor Peverini por el resto de su vida. Decía el presidente de la Misión Uruguaya: “Lamentamos hallarnos privados ahora de los servicios del Hno. Peverini, quien se halla actualmente en Buenos Aires con motivo de la enfermedad de su esposa”. Precisamente, la manera como el pastor Peverini acompañó y aceptó esa limitación de salud de su esposa, ha sido recordada por sus familiares y amigos por largo tiempo, siempre con el mismo cariño y la misma admiración.

Desde 1934 fue secretario y redactor de la Casa Editora Sudamericana, en Buenos Aires, además de director de la revista Juventud. Dos libros salieron de su pluma en esos años: Esta hora tremenda y Los caminos de la paz. En 1945 se convirtió en presidente de la Asociación Bonaerense y de 1952 a 1955, fue director Colegio Adventista del Plata. La iglesia lo nombró entonces presidente de la Unión Austral (Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay), cargo que ocupó con esmero y dignidad por diez años, hasta que, en 1966, fue llamado como secretario de campo y director de Libertad Religiosa de la División Sudamericana. Se le agregaron posteriormente la dirección de la revista South America Today y el Departamento de Relaciones Públicas y Radio. Después de su retiro en 1974, todavía tuvo fuerzas para pastorear la iglesia de Florida, en Buenos Aires y desempeñarse como capellán del Colegio Adventista del Plata. En sus últimos años escribió un libro magnífico sobre la historia del adventismo en América del Sur, titulado En las huellas de la providencia (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1988) y realizó traducciones para la editorial adventista Pacific Press. Héctor J. Peverini falleció el 18 de agosto de 1983 en el Sanatorio Adventista del Plata.

El Dr. Juan Carlos Priora guarda un buen recuerdo del pastor Peverini. Consultado telefónicamente se refirió a él como un hombre correcto, prudente y sereno. «Era un caballero», dijo. Priora lo conoció desde los años 50 como buen predicador y escritor, como un hombre más bien callado, de contextura delgada y apariencia cuidada. En su relato, Priora se permitió contar una intimidad, al referirse a visitas esporádicas que Peverini le hacía en la Casa Editora Sudamericana. En una de esas oportunidades le fue posible venir acompañado de su esposa y en la ocasión se mostró con una amplia sonrisa.

Como fue dicho, su abuelo Pedro Peverini fue un pionero del adventismo y ayudó a construir el primer edificio del Colegio Camarero. Héctor Peverini hizo su parte, con fidelidad, sacrificio y humildad para construir el reino de Dios en estas tierras australes. La UAP lo recuerda hoy con afecto como alumno, profesor y director. La institución, por gracia divina, desea seguir formando personas como él.