Prof. Celia de Morales: «Eso es la UAP: lazos más cercanos»

ImprimirLa Universidad Adventista del Plata (UAP) se prepara para celebrar sus veinticinco años como institución universitaria. Fueron varias las personas que trabajaron para que esta casa de estudios alcanzara el estatus de universidad. Por este motivo, conversamos con la Prof. Celia de Morales, una de las involucradas en el proceso de dejar atrás el Colegio Adventista del Plata para llegar a ser la UAP como la conocemos hoy en día.
En la actualidad, Celia está retirada del servicio activo. Desde su casa atiende el teléfono y conversamos con un tono amigable. Cuando le preguntamos si recordaba alguna anécdota de hace veinticinco años, nos dijo que no. No tiene una historia particular. Para ella, la historia general es la anécdota más grande. Y nos la relata. A pesar de que han pasado los años, Celia no pierde su vocación docente y tiene una facilidad increíble para narrar, con lujo de detalles, todo lo que sucedió en aquella época.
«Me acuerdo de todo lo que fue la designación de mi marido como primer rector de la universidad. En ese entonces, Carlos, mi esposo, era intendente del pueblo. Comandaba un territorio pequeño, conocido entonces como la “Villa”, y no tanto como Libertador San Martín. Recuerdo que vino el Pr.Rubén Pereyra, que era el presidente de la Unión Austral. Nos llamó a Carlos y a mí porque —según nos había comentado por teléfono— tenía algo muy importante para decirnos. Me pareció extraño, y dentro de mí estaba realmente intrigada. Nos reunimos. Estábamos sentados en la sala cuando empezó a hablar. Desde el principio fue directo, al punto. “El Colegio Adventista del Plata (CAP) ya no da para más. Hay que cambiar el sistema de estudio. Cada vez son menos los alumnos que vienen. Muchos no rinden. Debemos apuntar alto. Tenemos que crear una universidad”, fueron sus palabras. Cuando escuché “universidad” sentí que estaba soñando. Me tuve que pellizcar para darme cuenta de que me encontraba despierta. El Pr. Pereyra hablaba en serio. Parecía un proyecto imposible. Muchas cosas pasaron por mi cabeza en ese instante. ¿Era posible tener una institución así, en Libertador San Martín? Tantos años con el CAP y de repente imaginarnos que podíamos llegar a ser algo como Loma Linda o Andrews… Me costaba creerlo. Pero Rubén nos alentó a no desanimarnos. “Se puede, pero para lograrlo vamos a tener que trabajar mucho”. Fue en ese momento cuando le propusieron a mi esposo que fuera el primer rector de la universidad. Carlos, antes de aceptar la propuesta, aclaró que exigía solo una condición: total libertad para armar su propio equipo de trabajo. Desde la Unión le dieron un sí rotundo. El grupo de trabajo pasó a estar conformado por el Prof. Olmedo, que sabía escribir muy bien; el Prof. Priora, que era historiador; y por una persona más que venía de Misiones y tenía una experiencia vasta trabajando en universidades».
La decisión que Celia y su marido tomaron, de encabezar lo que sería la Universidad Adventista del Plata, fue un hecho que marcó para siempre sus vidas. Tuvieron que comenzar a trabajar por horas, días, semanas y meses. Incluso hubo procesos que llevaron años de compromiso y dedicación. Todo gran logro implica un gran esfuerzo. ¿Y vaya si lo hicieron!
«El nuevo equipo comenzó a hacer todas las gestiones. Eran muchas horas de trabajo. Se contactaron con la gente del Ministerio de Educación, por lo que tenían que viajar seguido a Buenos Aires. Nos encontramos con gente buena, deseosa de ayudar. Las personas oraban por nosotros. Los docentes teníamos un grupo de oración donde pedíamos todos los días por el proyecto “universidad”. A medida que pasaba el tiempo, comenzamos a notar que conseguíamos un progreso importante. Nosotros, que no conocíamos nada de administración universitaria, estábamos logrando cosas. No hace falta aclarar que la mano de Dios se hacía presente en cada reunión, en cada tarea, en cada palabra. En todo. La verdad es que no había muchos alumnos, pero una vez que se establecieron cuáles eran las carreras que se iban a dar, un panorama alentador se asomó en el horizonte para aumentar la cantidad de estudiantes. Fue un trabajo arduo. Lo que me gusta destacar es que la gente de afuera (los entendidos, los intelectuales, los que habían creado otras universidades) tenían interés en que se formara nuestra universidad. Simpatizaban con nuestro proyecto. Lo veían viable. Hicimos muchas amistades con personas que se desempeñaban en puestos importantes».
Carlos, por el puesto que tenía, no pasaba mucho tiempo en casa. Viajaba. Trabajaba. Los trámites le exigían una dedicación total. Celia, a pesar de sentir el cambio rotundo de no tener todos los días a su esposo, sabía que el sacrificio traería consigo un premio. No se afligía, sino que se alegraba.
«Mi esposo viajaba cada vez con mayor frecuencia a Buenos Aires. Tenía reuniones en aquel lugar y yo tuve que aprender que iba a pasar más tiempo sola. Pero esa gente con la que se encontraba era importante y le daba un apoyo grande. Era una situación difícil, pero veía el interés de los funcionarios y cómo avanzaban las gestiones de forma positiva. Eso me gustaba. Sentía que Dios estaba conforme con lo que estábamos haciendo».
El proyecto del matrimonio Morales y de todo el equipo de trabajo no era para enaltecerse a sí mismos. No era una aspiración temporal y mundana. Se trataba de una inversión a futuro, concreta. El hecho de tener una universidad significaba brindarles a los jóvenes la oportunidad de ser alguien. Hoy en día, Celia puede observar los frutos de lo que ellos sembraron.
«La verdad es que, como esposa, me quedaba sola, pero lo veía tan feliz a Carlos y a la gente que colaboraba con él, que no podía no alegrarme. Las cosas tenían que ser de esa manera. El proyecto había sido puesto en oración y Dios nos estaba respondiendo. Si todo lo que hacíamos era para la juventud, para el futuro de los chicos, ¿cómo podía no estar contenta? Hubiese sido egoísta oponerme. Yo, como docente, quería que los jóvenes progresaran. Fue un trabajo lleno de sacrificios que duró cinco años. Luego se renovaron las autoridades. Pero veía y veo con alegría todavía ese proceso. Hay algo que debo admitir, que muy pocos lo saben: a veces me paseo por el campus de la UAP y observo las cosas que estaban y las que no, los cambios. Me gusta hacer un viaje al pasado y compararlo con el presente. Le agradezco a Dios por esta universidad, porque veo jóvenes contentos, sonrientes y respetuosos. Me saludan cada vez que me ven aunque no me conozcan. Eso compensa todas las noches que me tocó pasar sola. Esa es mi mayor recompensa».
El poema de Julio Cortázar Me caigo y me levanto habla acerca de que cuando uno cae, puede levantarse. Se rehabilita con mayor fuerza. El ser humano suele esperar una caída. Estamos acostumbrados a que los planes se vean frustrados. ¿Cómo rehabilitarnos entonces, si a lo mejor, no hemos caído todavía? Ese era el temor más grande de Celia: que el proyecto “universidad” que tan bien marchaba, se cayera. Pero el dolor ese, de sentir que un tropiezo arroja todo por la borda, nunca llegó porque Dios siempre estuvo al mando.
«Se hacía todo con fe y oración, pero siempre corríamos el riesgo de tener una respuesta negativa y que todo se fuera para abajo. Mi marido tenía amistades en Buenos Aires y de ellos dependían varias de las gestiones. Sucede que a veces, uno espera ese momento en que todo se derrumbe. Sentimos que todo lo bueno no puede durar para siempre. Estamos atentos a que aparezcan las dificultades. Pero con este proyecto no ocurrió. Siempre fuimos para adelante. Nunca retrocedimos. La gente con la que promocionábamos nuestra posible universidad quería conocer el lugar. De cierta forma dábamos testimonio. Podíamos mostrar lo que era la UAP y los valores que buscábamos inculcar en nuestros jóvenes. Fue una experiencia linda. No fue todo perfecto porque siempre surgen problemas. Pero no eran asuntos que condicionaran nuestro plan. Los inconvenientes que aparecieron fueron internos. En nuestra organización muchos tenían miedos y eso no los animaba a seguir adelante. Por suerte, pudimos disipar esas dudas y todo salió como esperábamos. El día que recibimos el certificado para establecernos como universidad teníamos una alegría tremenda, indescriptible. Era el producto de nuestro sacrificio. A Dios se le pidieron cosas y fue obrando a medida que era necesario. La UAP hoy en día ya es una institución con prestigio. Es conocida. Pero llegar a esto fue un proceso arduo y duro que nos llevó mucho tiempo».
Celia es palabra autorizada para hablar de la UAP y de su funcionamiento. Ella, a través de su mirada llena de experiencia y conocimiento, anima a las autoridades actuales a seguir trabajando sobre los pilares donde se fundó esta institución.
«El desafío que tienen las autoridades es continuar trabajando sobre los parámetros en donde se fundó la UAP, seguir cumpliendo la misión de servir. Eso para mí es la diferencia que tiene esta casa de estudios con otras. Las carreras que se dan en esta universidad son para servir al prójimo. Para eso estamos en esta tierra. Todo lo que se enseña tiene utilidad. Cualquier profesión debe ser usada para ayudar a los demás».
Pero la Prof. Morales no solo se contenta con hablar a las autoridades de cargos más altos, sino que también alienta a los docentes y a los dirigentes universitarios a que continúen generando relaciones cercanas con los alumnos. El lazo que se produce entre los estudiantes y sus mentores es, para Celia, lo que marca la diferencia entre la UAP y otras universidades.
«Estoy retirada y jubilada, pero tengo interés en que esto siga progresando. Yo creo que los dirigentes están haciendo las cosas bien. Todos los años llega una buena cantidad de alumnos nuevos. Se renuevan los rostros, pero siempre se mantiene esa sonrisa que caracteriza al alumno de la UAP. Los veo contentos. Eso es lo importante. Las autoridades deben procurar que su relación con los estudiantes sea cercana. Deben lograr que se sientan valorados. Que se mantengan tantas carreras me parece otro punto importante. Tuve la oportunidad de estar en las universidades Andrews y Loma Linda. Me es imposible no comparar. En todas hay un excelente nivel académico, pero si debo ser sincera, noto que aquí, en la UAP, hay más calor humano. Eso tiene que mantenerse. El alumno debe sentirse cobijado por el superior. Es el rasgo que más destacaría de la UAP. Creo que eso marca la diferencia. El docente escucha al alumno y eso es necesario. Se corre la voz de que si vos hablás con el profesor, él te entiende. No es ajeno a vos. Eso es la UAP: lazos más cercanos».
En estos veinticinco años, la UAP ha sido artífice de varios sucesos o actividades que marcaron un antes y un después. Celia fue testigo de muchos de estos eventos y destacó los que, para ella, han sido los más importantes.
«Cuando trabajé en la UAP no me involucré en grandes proyectos. Para ser sincera, no estoy muy interiorizada. Pero cuando veo a los chicos caminar con dignidad y alegría, veo que las cosas se hacen bien. Los veo contentos con sus carreras, con su universidad. Si debo destacar un evento actual creo que el templo con el que cuenta la UAP es algo grandioso. El campus es algo que siempre se mantiene lindo. Me gusta también que venga gente importante a dar conferencias. Son eventos que los alumnos tienen que aprovechar. La editorial también merece ser mencionada. Los libros que se escriben son muy buenos. Cuando recorro la UAP se ve linda. No sé mucho, pero lo poco que veo, me gusta».
Nuestra entrevistada tiene una página especial dedicada a las memorias de dos carreras. Celia siempre amó el inglés. Muchos quizás desconocen esta información, pero fue gracias a la iniciativa de ella y de otras dos profesoras que hoy en día la UAP tiene dentro de su abanico de ofertas académicas el Profesorado y el Traductorado Público de Inglés.
«Yo colaboré con la creación de la carrera de inglés. Creo que fue un aporte humilde. No había profesores de inglés para las escuelas. Por ese motivo, decidimos crear un profesorado para las escuelas primarias. Era un curso de tres años. Después, le agregamos un año más para que esos mismos profesores estuvieran habilitados para enseñar en la secundaria. Un tiempo después vino una colega, que ya no se encuentra entre nosotros, cuyo aporte fue fundamental para que se abrieran las carreras del Profesorado de Inglés y el Traductorado Público en Inglés. Las carreras ya pasaron a ser de cinco años. Eso significó una buena oportunidad para los alumnos, para que triunfen en la vida como profesionales más capacitados. Después de trabajar como docente me fui. Pero creo que dejamos la carrera bien parada. Hoy en día también veo que progresa año tras año. En ese entonces éramos tres profesoras: Yolanda Calafiore, Amelia Morán y yo. Entre nosotras nos arreglábamos para dar la mayor cantidad de materias posibles, con el fin de cubrir el currículo de enseñanza. Con el paso del tiempo tuvimos que llamar a profesoras de Paraná y de Diamante porque no dábamos abasto con las horas. Los estudiantes salían con el título debajo del brazo y con una buena base. Se comenzó despacio, pero hoy en día son carreras instauradas en la universidad».
Es muy difícil que una persona se aleje de aquello que la apasiona. El programa Adventist Colleges Abroad (ACA) le permite a Celia seguir trabajando con el idioma que enseñó por muchos años. Esta vez, su tarea es un poco diferente. Sus alumnos ya hablan inglés. El desafío pasa por lograr que estos estudiantes que vienen por unos meses puedan aprender el español.
«Estoy con los chicos que vienen de Estados Unidos. Les enseño la materia de Castellano. Cubro esas dos o tres horas. Me hace bien y me siento involucrada en la universidad. Con los jóvenes nos entendemos muy bien. Creo que el programa también es una actividad que marca un antes y un después en la UAP. Los alumnos de ACA vienen y se van contentos. Vuelven a sus hogares y son nuestros mayores promotores. Los alumnos que llegan todos los años comentan que decidieron venir a la UAP por recomendación de un amigo suyo que ya estuvo en el programa. La mayoría sale hablando un español fluido. Además, tengo a mi cargo la clase de Drama. Hacemos tareas realmente hermosas en esta materia. Después, tengo tiempo de profundizar un poco mas con el idioma en Fonética».
Hay un punto obvio que diferencia a la UAP de otras instituciones universitarias: la religión. En referencia a esta cuestión (la espiritual) Celia dio su mirada y contó lo valioso que fue para ella tener una formación cristiana.
«Creo que el entorno colabora mucho. Están las clases de religión que ayudan a la vida espiritual de los jóvenes. Se nota una diferencia con aquellos que no tienen ninguna idea religiosa. La educación religiosa y la académica deben ir de la mano. Es una formación necesaria para los estudiantes. Cuando uno llega a mi edad, se da cuenta de lo valioso que es tener una buena base en la parte espiritual. Los cimientos que ofrece la UAP te van moldeando y te brindan otra visión a la hora de tomar decisiones. Te ayuda a que seas más íntegro, más completo, pero repito, va todo en conjunto».
Para finalizar, decidimos preguntarle a Celia si ella creía que el lema «Excelencia y servicio» realmente se cumplía en la UAP. Su respuesta no da lugar a malentendidos. Celia, la Prof. Morales, es una enamorada de esta universidad. Siente amor por la institución que vio nacer, crecer y que hoy en día es el lugar donde su nieto estudia.
«Creo que sí. Estoy segura que sí. Creo que la UAP marcha bien. En silencio, casi de manera sigilosa, suelo pasearme para ver las aulas, los alumnos, la vida universitaria. Veo que nuestros chicos son, dentro de todo, buenos. Se dedican a estudiar y observo que la mayoría son muy responsables, felices. Siento que se cumplió con todo lo que se planeaba. Hay siempre cosas por cambiar, por mejorar, como en todos los ámbitos de la vida. Pero lo que veo como docente, o mejor dicho como madre, me gusta. Tengo un nieto estudiando Medicina y siento orgullo de que forme parte de esta universidad».