Alma como un cántaro o de cómo un año se tornó en añoso

Dr. Víctor Armenteros, vicerrector Académico de la UAPEl comienzo de un año, para toda persona, viene acompañado de memorias, algunas personales, otras heredadas. Podríamos decir que el 2015 es tiempo de recordatorios, celebraciones e, incluso, aniversarios. Muchas heredadas, todas personales.
Si nos pusiéramos en la voz de Teresa de Ávila, a quinientos años de su nacimiento, podríamos recitar en voseo de castellano viejo: “Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?”. Y ese “vos” no es otro que el mismo Dios y esa pregunta no es otra que la de alguien entregándose al servicio. Esa demanda aún nos acompaña porque anhelamos vivir un curso 2015 pletórico de misión, de relaciones, de comunidad, de generoso compartir.
Si nos paseáramos por la costanera de Posadas (Misiones), a cuatrocientos años de su fundación, podríamos imaginar el cantar melodioso de los guaraníes que se reunieron junto a Roque González de Santa Cruz en orden y paz. Esa actitud aún nos acompaña porque concebimos esta universidad como un espacio de inclusión donde todos tienen oportunidades, porque no importa el género, ni la raza, ni la clase social en un mundo que se construye en Cristo.
Si navegáramos por las aguas tumultuosas de Internet podríamos disfrutar, a ciento veinticinco años de su fallecimiento, de los colores desorbitantes y apasionados de Vincent Van Gogh. Esa visión aún nos acompaña porque vemos el mundo por encima de los grises de la posmodernidad, porque hacemos nuestros los anaranjados y liláceos para exclamar que la creatividad está ahí y queremos que se quede.
Si escudriñásemos en los escritos de Ellen G. White, a cien años de su fallecimiento, descubriríamos que Dios nunca dejó de comunicarse porque se preocupa de cada uno de nosotros. Esos consejos aún nos acompañan porque dan esencia y sentido a esta universidad. No, no seríamos lo mismo sin esas letras de tono victoriano y equilibrado espíritu. Quizá ni seríamos.
Si escucháramos esas ancianas y escasas voces que persisten, a setenta años de las grandes guerras, oiríamos que lo de Auschwitz no se puede olvidar, tampoco lo de Hiroshima y Nagasaki. No puede flaquear la memoria ante mentalidades fuertes que arrasan con el criterio y la diversidad. Aún nos acompaña el compromiso de levantar voces y letras por la paz, por los pacificadores, porque la universidad surge de lo universal y vive en la amplitud. Otras opciones ocupan espacios pero no los de la academia.
Tenemos mucho que recordar, que celebrar o sobre lo que reflexionar. Destaco, sin embargo, dos eventos. Ambos hacen referencia a segundas partes. Alguno podría decir que “nunca fueron buenas” pero siempre podría quedarnos la posibilidad de responder que “fueron mejores”. Desde hace veinticinco años que vivimos la segunda parte de nuestra institución, cuando se convirtió en “universidad” dejando de ser “colegio”. Hace nada más y nada menos que cuatrocientos años que se publicó la segunda parte del Quijote, cuando deja de ser “hidalgo” para convertirse en “cavallero”. Ambos eventos son convergentes. Permitidme explicarlo.
En la segunda parte del Quijote, nuestro protagonista abandona las tierras manchegas y llega hasta las playas de Barcelona. ¡Se convierte en viajero! Casi en internacional, podría argumentar algún catalán independentista. En la segunda parte de la institución nos hemos convertido en andarines, casi trotamundos. Sólo hay que mirar los rostros y los modos de nuestros alumnos y reconocer que somos un crisol de pueblos. ¡Bendita multiculturalidad que nos hace hablar el mismo lenguaje! Y no hablo de mi apreciado español sino del lenguaje del corazón amable y amigable. Nuestro viajar, además, no sólo es de venida, sino, y he ahí su grandeza, también de ida. Multitud de nuestros graduados circundan el mundo como profesionales y como gente de bien. Eso merecería un “like”, ¿no?
Tanto el Quijote como Sancho, en la segunda parte, parecen más cercanos, como si el mundo de lo abstracto y lo concreto, de la idea y la obra, no fuesen tan antagónicos. La UAP, como universidad, también ha comprendido que lo platónico debe rendirse a la vida, que la teoría encuentra su satisfacción en la práctica. Y así nos hemos embargado en el descubrimiento de esa nueva tierra llamada “competencias” porque nos preocupa la integridad educativa de nuestros estudiantes y el paisaje panorámico de nuestros docentes.
El Quijote, al final de la segunda parte, deja la locura de los relatos de caballerías y vuelve a ser Alonso Quijano, el afable manchego. Llegó el tiempo de abandonar mitos y ficciones y abrazar la realidad. Hemos recorrido, como universidad, veinticinco años de proyectos, algunos fantasiosos, unos pocos ilusos, otros ideales. Hemos tomado estos últimos y anhelamos llevarlos a la concreción porque nuestro horizonte es lo suficientemente interesante como para convertirlo en presente. Queda mucho por hacer pero merece la pena.
Y, en la segunda parte, Sancho tiene a bien definir a su señor: “…le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle…” (II, XII) ¿Por qué? El mismo criado panzón, seguro que prediabético de tanto embutido y vino, tiene a bien describirlo con una de las expresiones más hermosas que escribiera Cervantes, porque tiene “alma como un cántaro”.
Y, en la segunda parte de esta institución, tengo a bien, como subordinado algo barrigudito y prediabético de tanto gluten y gaseosas, definirla como objeto de querencias porque así es un alma mater y como un espacio difícil de abandonar porque impregna nuestras neuronas de relaciones y nostalgias. Pero, sobre todo, porque después de veinticinco años ha demostrado una generosidad tan grande como la boca de una vasija, tan refrescante como el agua de vida que la contiene y tan accesible que mejora cada resquicio del ser.
Un año añoso, un año de memorias para recordar, un año de celebraciones que festejar, un año de reflexiones para crecer. Un año para concluir, mirándonos a los ojos, y decirnos que, gracias a Dios, compartimos un “alma como un cántaro”.

Dr. Víctor Armenteros
Vicerrector académico